
Un día cualquiera sobre Viaducto Miguel Alemán, en la Ciudad de México.
La paradoja de los últimos meses en la Ciudad de México es, por decir lo menos, inexplicable: en la cotidianeidad, diario encontramos entre nuestros conocidos gente que se queja del tránsito y de andar en el coche por muchas horas, pero con las contingencias ambientales de este año, ahora el automóvil parece ser un bien tan necesario que, si te quitan el “derecho” a circular en él, es como si te arrancaran un brazo.
Fui conductor de esta ciudad por muchos años. Entiendo que sortear las largas distancias no es tarea tan sencilla. Sufrí en su momento por los incrementos en los precios de las gasolinas, por las verificaciones semestrales, los mantenimientos y la (maldita) tenencia que, por las fechas en que había que pagarlas, me dejaba sin dinero justo en mi cumpleaños.
Y sí, también me quejaba del tránsito.
Hace tres años tuve que vender mi coche. No he hecho el más mínimo esfuerzo, ni tengo planes, ni me veo a futuro -de momento- buscando comprar uno. Porque me di cuenta que no lo necesitaba y que podía ajustar mi vida para no necesitarlo. Y terminé con una mejor calidad de vida sin él.
La publicidad del mundo automotriz nos promueve vehículos cómodos que prácticamente se mueven solos, en anchas avenidas sin otro congénere a su alrededor, o bien, en amplios bosques con altos árboles. Nos ofrecen, en general, una experiencia que o es inexistente o simplemente no es la cotidiana, porque, vamos, ¿quién va a querer comprar un coche que en un comercial aparezca en un embotellamiento desplazándose a vuelta de rueda?
Exacto. Nadie.
Porque el mundo de la publicidad se basa en un proverbio popular que escuchamos por primera vez desde niños: dime de qué presumes y te diré de qué careces. Las empresas que más gastan en publicidad son aquellas que ofrecen productos o servicios que, en realidad, no necesitas. (¿Sabías que por tu playera del Barcelona o el Real Madrid pagas aproximadamente en tienda unas 20 veces su costo de producción y que una parte de eso que aportas llega a manos de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo?)
El problema es que nos hemos creído la idea de que el automóvil es 1) necesario siempre, y 2) nos da un rango de status que nos hace superiores al que va en la calle o en un camión de pasajeros. ¿Por qué los coches tienen cinco o más plazas? Sencillo, porque cuando se popularizaron, servían para mover a una familia completa. Y admito que en casa en algún momento llegamos a tener cuatro coches para cinco personas, algo que, cuando lo pensé bien, entendí que era ridículo.
La realidad es que un automóvil ocupa alrededor de 15 metros cuadrados de espacio en las calles, y como está documentado que cada uno lleva en promedio a 1.2 ocupantes, pues sobre el asfalto hay desplazándose una persona por cada 12.5 metros cuadrados. ¿Qué significa eso? Si vives en un departamento de 85 metros cuadrados, imagina que toda la superficie es una calle y hay sólo siete personas en todo ese espacio.
Así es. Esa es la causa del maldito tráfico de todos los días: un problema de uso del espacio que compartimos 25 millones de personas.
En cambio, un metrobús, que es un camión articulado de unos 36 metros cuadrados, traslada a 160 pasajeros cuando va a capacidad máxima. Es decir, como meter a 375 personas en el mismo departamento de 85 metros cuadrados.
OK, OK, un metrobús lleno no es cómodo. Va, dejémoslo a la mitad de su capacidad, que ya es razonable. En el departamento hay entonces unas 185 personas, en lugar de solo 7.
Pa’ pronto, para que esas 80 personas que van en el metrobús a media capacidad se muevan en coches, necesitas 67, que ocupan mil metros cuadrados. Aha, mil metros cuadrados contra los 36 de la unidad de transporte público.
Es más, si tienes coche, debes saber que eres minoría: aproximadamente el 80 por ciento de los habitantes de la Ciudad de México nos movemos en transporte público y otros medios.
Y sobre el tema de la contaminación, si tu coche usa gasolina, contamina. Poco o mucho, pero contamina. Asumiré que los datos que me arroja la aplicación Biko son correctos: me dice que cuando voy al trabajo “ahorro” un kilo y medio de emisiones de dióxido de carbono por ir en bicicleta, en un tramo de seis kilómetros.
Es decir, que al día le ahorro a la atmósfera tres kilos de CO2. Exactamente lo que cargué ayer después de comprar la comida de mis gatas. Significa que, si fuera en coche a trabajar, solo por los traslados directos de ida y vuelta a casa, tiraría a la atmósfera 15 kilogramos de CO2 a la semana.
Carga un garrafón lleno. Es el peso que tiraría al medio ambiente por ir a trabajar seis días en coche. Y eso que vivo relativamente cerca de mi chamba.
Multiplica esas cifras por ocho millones de vehículos que hay en la Zona Metropolitana del Valle de México… O mejor no lo hagas, pero ya viste que los resultados son estratosféricos, irónicamente.
No, no les estoy diciendo que todos usemos la bicicleta. Es lo que me ha funcionado a mí. Y a más personas que hemos entendido que así aportamos ese granito de arena para que haya menos contaminación y menos tránsito.
Cada vez que posteo algo en Facebook sobre este tema, me llueven reproches o comentarios de mis amigas mamás, porque, evidentemente, no van a llevarse a sus dos o tres críos en bicicleta. Pues no. Porque justamente para ellas, sus maridos y sus niños se crearon los coches. Los coches son familiares. Que en tus 15 metros cuadrados se muevan de tres a cinco personas ya lo hace más razonable.
Pero cuando veo a algún amigo o conocido, adulto joven, soltero, que se queja del tránsito porque va de Coapa a Santa Fe… No sé qué pensar. Vaya, empezando por preguntarme por qué no se muda a un lugar más cercano a su trabajo.
Sí, cada quién es un caso particular. Puede ser que esa persona que va de Coapa a Santa Fe no se haya mudado porque cuida a su mamá enferma. Pero vamos, ¿cuánta gente realmente ha valorado las opciones de mudarse a un lugar, por lo menos, céntrico y usar el coche sólo cuando lo necesita?
Pocos, proporcionalmente hablando. Porque “no pagué un coche para no usarlo”.
La realidad es que pagaste un coche para estar encerrado en él tres horas al día y emitir kilos de CO2 a la atmósfera, no para ir en una calle sola, en un vehículo súper cómodo y que se mueve casi solo.
Y no, comprar un coche no es malo, pero si la experiencia real es como la que acabo de describir -que lo es-, que valga la pena. Que realmente sea lo que necesites.